El paisaje agrario es
característico de las zonas habitadas desde tiempos remotos (recuerda que la
agricultura y la ganadería aparecieron en el Neolítico, una de las etapas de la
Prehistoria). Es fácil encontrarse campos de cultivo, a veces escalonados
formando bancales, otras veces con huellas del riego artificial propio de
las huertas (acequias, embalses, diques y canales, aspersores). También
abundan las instalaciones para el ganado, como granjas, establos o naves.
Entre los paisajes agrarios
conviene que diferencies dos. El paisaje de campos abiertos
(openfield), donde las grandes superficies de cultivos carecen de
barreras físicas. Y el paisaje de campos cerrados (bocage), donde
las parcelas agrarias están cercadas con muros de piedra o setos. El
openfield predomina en zonas áridas, llanas y de producción de cereal. El bocage
es característico de zonas húmedas, alomadas y con explotaciones agrícolas
combinadas con pastizales para el ganado.
Los paisajes industriales
aparecieron hace algo más de doscientos años. Por ellos se despliegan numerosas
fábricas, chimeneas y altos hornos, vías de comunicación (carreteras,
ferrocarriles, puertos con imponentes muelles), minas y canteras, tendidos
eléctricos, canalizaciones, vertederos para los residuos... A veces las empresas
se concentran en polígonos industriales (amplio espacio preparado donde
se instalan las naves de producción y de almacenaje, las oficinas...). Como las
actividades industriales son muy perjudiciales para el medio ambiente, suelen
ser paisajes muy degradados y contaminados.
El paisaje urbano, donde el
espacio está densamente ocupado por edificios de distintas alturas y calles de
variada amplitud, está más transformado que el paisaje rural. Sin
embargo, este último se está urbanizando con relativa rapidez en los países más
desarrollados y está dejando de ser el “antagonista” del urbano.
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